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lunes, 5 de abril de 2021

Se conmemoran 30 años de la tragedia en el Puente sobre el Lago de Maracaibo

Yo iba con los ojos cerrados cuando el chirrido de dos metales sonando presagió el terror. Sentí que el chofer frenaba. Era cerca de la medianoche del 5 de abril de 1991. De pronto, la vista ante mis ojos dejó de ser la vía del puente sobre el lago y el negro asfalto para convertirse -en milésimas de segundos- en la baranda del canal derecho del puente General Rafael Urdaneta, en sentido Costa Oriental-Maracaibo. 




El chofer adelantaba a los pocos carros que transitaban. Estimo que iba a más de 100 kilómetros por hora. Dejamos atrás la parte más alta del puente y fue cuando el bus comenzó a pegar con la baranda. Giramos en un retorno, agarramos el camino contrario y quedamos de frente al agua. Caímos.


Para aquel entonces tenía  20 años y como joven incrédulo y confiado que era no presentí el peligro que corríamos los 59 pasajeros. Cuarenta y ocho murieron y 11 sobrevivieron. Yo, José López, soy uno de ellos.


Detalles


Estaba sentado en “la cocina”, en medio de los dos pasillos. Fue por casualidad que pude embarcarme en esa unidad. Los dos buses que viajarían aquella noche a Caracas estaban llenos, pero a última hora  se bajaron dos pasajeros. No querían viajar incómodos, entonces me embarqué.


Cuando el bus cayó al Lago todo quedó oscuro, el agua me cubría. Intenté desesperadamente saber en qué parte estaba. Buscaba como loco las butacas o el techo para apoyarme, pero no encontraba nada. Si tú caes al agua dentro de un bus y no recuerdas haber salido de él es porque sigues adentro. Eso era lo que sentía, ¿me entendéis?


Después de cierto tiempo, no sé cuánto -para mí fue una eternidad- dejé de pensar que seguía adentro y entendí que el bus ya era parte del pasado. Ahora la tarea era llegar a la superficie y poder respirar. 


Lucha


Me faltaba el aire, pero no pensaba en eso. Me concentraba en nadar rápido, en llegar a la superficie. Nunca pensé que sería mi final. Creo que me ayudó el hecho de estar calmado. ¡Sí, señor! Dos años antes del accidente había aprendido a nadar.




Dejé que la fuerza de gravedad me ayudara, nadaba hacia arriba. Mis manos tocaron algo duro, creí que era algo que estaba flotando y sentí un alivio al pensar que ya estaba cerca, pero la tranquilidad se disipó cuando sentí que me hundí más al tratar de aferrarme. Eran maletas, no había llegado a la superficie. Mis manos se toparon otras veces con equipaje y cajas, pero después de la primera vez no me hice tantas ilusiones.


Gracias a Dios una tablita llegó a mis manos, después que la agarré, no la solté. Me ayudé con ella y comencé a chapalear, ya no tenía oxígeno, me ahogaba. Al fin salí del agua y pude respirar.


En la superficie vi un caucho flotando. Entre 10 y 15 metros me separaban de ese salvavidas improvisado que lanzaron unos desconocidos desde el puente para ayudarnos. Estaba agotado, pero pude llegar y aferrarme a él.


Todo a mi alrededor era difuso. No olvido a un chamo que se agarraba de un caucho. Se veía muy nervioso, asustado. Traté de darle fuerzas. Le pedí que se calmara, porque la peor parte la habíamos pasado. En ese momento nos lanzaron muchos mecates desde arriba para subirnos. Le dije al muchacho que subiera él primero. Le hizo un nudo, metió un pie y comenzaron a subirlo.


Fui el segundo en agarrar el mecate. Cuando me subían escuché gritos de los que se quedaron en el lago. Al llegar arriba, enseguida pregunté por el muchacho que había subido antes, pero quienes me ayudaron me dijeron que era el primero en llegar. No lo podía creer. Mi compañero se cayó en el trayecto sin que yo lo notara. Quedé en shock.


Tres de los sobrevivientes salimos así, gracias a la gente que nos lanzó los mecates. De inmediato ellos me llevaron al hospital en un carro que pasaba por el Puente. Quería caminar solo, pero me detuvieron. Tenía golpes en las rodillas y tres heridas abiertas en el cuello. Una vena principal de mi cuerpo estaba expuesta, en ese momento no sentía dolor.


Al día siguiente, cuando vi las fotos del bus en los periódicos, supe que con el impacto el vidrio de atrás se rompió y quedó en un ángulo de 90 grados. Supongo que la presión del agua me sacó por allí y los vidrios me causaron las cortaduras. Todavía no lo tengo muy claro.


En esa oportunidad no pude terminar mi viaje, pero dos meses más tarde, cuando me recuperé, hice otra vez mis maletas y me embarqué de nuevo en un bus para ir a visitar a mi tía. Tiempo después el destino me llevó a trabajar en un diario de la Costa Oriental del Lago. Atravesaba el puente dos veces al día. Nunca sentí temor de cruzarlo, ni después de sobrevivir a la caída.


Un viaje con 48 muertos


La noche del 5 de abril de 1991 el bus 17, placas C-01354 de Expresos Occidente, rompió la barra de dirección a dos kilómetros de Santa Rita -a la altura de la pila 66-. El bus, oficialmente con 52 pasajeros, traspasó la isla, quedó suspendido en la baranda de contención y luego se precipitó al lago. Eran las 11.00 de la noche con seis minutos y 48 segundos, según el reloj del conductor, quien fue encontrado sin vida poco tiempo después.


El expreso salió del terminal con destino a Caracas y, de acuerdo con las investigaciones, llevaba exceso de velocidad, de viajeros y equipaje, lo cual, unido a un desperfecto mecánico, ocasionó la tragedia.




Fuente: Diario La Verdad

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